Cree en ti mismo, o nadie más lo hará

Era el tiempo en que me había conseguido un empleo en una entidad estatal. Para mi modo de pensar de entonces -muy errado e injusto – trabajar para el Estado era un último recurso, un mal empleo, que servía apenas para sobrevivir mientras lograba conseguir algo mejor en una empresa privada; mi objetivo y meta.
El paradigma (equivocado) era que en mi país, los empleos en entidades públicas te los daban no por tus méritos profesionales, sino porque eras amigo de alguien con el poder suficiente y conservarte en ellos tampoco era cuestión de talento: Si el amigo caía en desgracia, tú lo acompañabas en la caída.
Por ello, nunca eran lugares en los que desarrollabas todo tu potencial, sino con las justas, sitios de paso.
Pero en fin, había veces en que no lograba conseguir el empleo privado y los apremios monetarios no dejaban más opción que ir a pedir el favor a alguien del mundo estatal y así ganar tiempo para continuar mi verdadera búsqueda.
En una de esas – no tan infrecuentes – oportunidades, tocó trabajar como funcionario de confianza en una enorme entidad pública. Mi labor consistía básicamente en encontrar la forma adecuada de hacer todas esas cosas que el resto de funcionarios no quería hacer y en el contexto que te he comentado, puedes imaginarte el mal sabor de boca con el que me enfrentaba a esas tareas que me encargaban.
Un día de aquellos, un colega, al que llamaré Jorge, me llamó como a mediodía para contarme que a las 2:00 pm iban a llegar los representantes de algún combativo gremio agroindustrial para conocer la propuesta de solución que su departamento había preparado para terminar un conflicto que ya llevaba muchos años sin resolverse y que por mi función (la de hacer las cosas que nadie quería hacer, ya te lo dije) me correspondía presentar y sustentar la propuesta a los visitantes.
Enojado por el “presente griego” y sobre todo por la poca anticipación, hice lo mejor que pude. Revisé por encima el documento que contenía la propuesta que no había visto nunca antes y preparé un guion de emergencia, con el cual me aparecí en la sala de reuniones a la hora prevista.
El martes siguiente, en la reunión semanal de dirección, Jorge dio cuenta de la exitosa terminación del conflicto con el gremio y soltó la frase que yo consideré en ese instante, el peor insulto que me podían hacer:
“¡Hubieran visto el modo como Francisco manejó el asunto; con solo 45 minutos de preparación previa, parecía un experto el tema!”.
Recuerdo que me lo tomé muy a mal, pues me dio la impresión que estaba haciendo notar ante todos los presentes que yo era un superficial infra-dotado, apenas capaz de repetir las cosas que otros me encargaban decir pero nada más.
Me costó años darle la verdadera dimensión al episodio. Mi sobrecarga emocional con el tema y mi status mental de refugiado en el sector público me llevaron a percibir no un elogio, sino algo opuesto.
Es que además, estamos más habituados al feedback negativo que al positivo. Solo muy recientemente estamos descubriendo la importancia que tiene el vernos reafirmados en lo que hacemos bien como forma para crecer y mejorar personal y profesionalmente.
El feedback positivo o elogio, ese que muchas veces nos hace sentir incómodos y evitamos o pasamos por alto, es una de las bases sobre las cuales construimos la “mejor versión de nosotros mismos” como señalan Roberts, Heaphy y Caza (1) y es para mí el primer paso a seguir en la tarea de desarrollar nuestro sentido de autoconfianza.
La autoconfianza en una definición muy básica, es tener fe en uno mismo. Tema bastante complicado de sostener, hay que decirlo, en tiempos como los que nos ha tocado vivir.
Hoy puede suceder perfectamente que estás formado en una especialidad que ya no existe; que el modo como estabas acostumbrado a hacer algo cambió radicalmente por la introducción de nuevas tecnologías; que la empresa o el departamento en el que trabajaste por años fue fusionado o absorbido por otra; que un nuevo startup modifica dramáticamente el modelo de negocio que se ocupaba en el sector en el que te desempeñas… ¡Tantas cosas!
Hay que tenerse una autoconfianza de aquellas que mueven montañas para no agobiarse y sentirse incapaz de lidiar con tantos desafíos al mismo tiempo.
Es aquí en donde entra al juego esa “mejor versión de ti mismo”. El lugar en donde tienes que buscar tu propio sentido de autoconfianza es en el entendimiento de lo que has logrado y conquistado en tu vida, y en tu propia convicción de las cosas que eres capaz de hacer.
Para ese fin, es muy importante que tengas muy claro cuáles han sido los elementos o causas que te permitieron lo que has conseguido hasta la fecha (2).
Esto tampoco es tarea sencilla.
No va a ser suficiente hacer lo que haces al escribir tu hoja de vida. No basta con decirte a ti mismo: “Me gradué en el tercio superior de calificaciones de la carrera” o “Fui elegido entre una terna de excelentes profesionales para ocupar tal o cual posición”.
Necesitas detalles, muchos detalles para entender con claridad el cómo lo hiciste, no solo que fue lo que lograste conseguir. Para ello, tu auto-análisis debería incidir en aspectos como los siguientes:
Tus Fortalezas: No es un FODA cualquiera, es ponerte a pensar en serio en lo que haces bien. Quizás eres bueno (Como en el caso de mi anécdota) en descomponer situaciones complejas y traducirlas en frases sencillas para que la gente entienda, en comunicarte adecuadamente, en ponerte en los zapatos del prójimo, en adaptarte a los cambios, en ser analítico y conceptual, en ver cosas que nadie más ve. Reflexiona sobre estos factores y toma nota de cuándo y cómo te sirvieron para obtener tus logros.
Tus capacidades de convencer: Cuando has tenido que hacer trabajo en equipo ¿Qué características de tu modo de actuar hicieron que los demás integrantes se convencieran de que tus propuestas y modos de ver los temas eran los adecuados? ¿Cómo logras seducirlos? ¿Cómo haces que los objetivos de todos confluyan en el cumplimiento del encargo? En definitiva, ¿Por qué razones las personas te siguen?
¿Cómo te fuiste ganado la confianza de los demás? ¿Quizás fue aquella vez en que sacaste adelante tu labor pese a todos los inconvenientes que se presentaron? ¿Cuándo el cliente más exigente te hizo un reconocimiento por haber hecho algo más allá de tus responsabilidades? ¿Cuándo fuiste capaz de hacer esa tarea que nadie más quería hacer?
A la mayor parte de nosotros nos resulta más o menos sencillo listar nuestras debilidades: ¡Las conocemos tan bien! Pero muchas veces también, pasamos por alto nuestras fortalezas lo que en nuestros tiempos puede llevarnos a ver reducida nuestra autoconfianza y mermada nuestra efectividad personal y profesional. Vamos a evitarlo poniendo en práctica estos consejos.
Si te gustó este artículo, no dejes de compartirlo o enviarlo a alguien a quien pueda serle de utilidad. Muchas personas están pasando por momentos difíciles y necesitan fortalecer su autoconfianza ahora más que nunca.
¡Hasta la próxima!
Escrito por Francisco Grillo
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