¿Qué habilidades nos faltan para funcionar mejor como sociedad?
Desde finales del año pasado vengo trabajando con un par de socios y amigos un proyecto educativo que vendría a ser como una segunda fase mucho más madura y avanzada de mi emprendimiento “The Skills Dude”. Tiene un planteamiento mucho más amplio y se basa en satisfacer de modo específico las necesidades en muchas empresas del medio. Lo que busco aquí no es comentarte los alcances de este nuevo proyecto, que ya conocerás en breve, sino aprovechar lo encontrado gracias a un punto surgido en una de las conversaciones con mis socios que me hizo reflexionar más allá de mis límites usuales y que justo por ello, encontré fascinante.
La conversación en cuestión fue más o menos así:
Socio 1: ¿Cómo vamos a distinguirnos de las otras opciones de mercado?
Socio 2: Bueno, somos expertos en los temas en los que vamos a dar formación, eso nos da un plus.
Socio 3: Si, ok, pero eso me suena insuficiente. Necesitamos algo con más “punch”.
Socio 2: De acuerdo, sería cosa de pensarlo mejor.
Socio 1: A mi me interesa que no solo saquemos gente capacitada, sino también mejores personas…
“Mejores personas…” Ese fue el factor desencadenante. Tuvimos como una epifanía sobre qué nos falta para ser mejores personas y cómo podemos incluir medidas específicas en nuestros programas formativos para conseguirlo.
A modo de contexto, debemos mencionar que Perú (de modo similar a lo que sucede con otros países latinoamericanos) tiene una enorme oportunidad de mejora en cuanto a lograr que sus ciudadanos se comporten a la altura de lo que se espera de una sociedad civilizada. Ejemplos nos sobran: expresidentes presos u fugados, o incluidos en procesos judiciales por corrupción; autoridades de todo nivel que están siendo investigadas o juzgadas -cuando no condenadas- por diversos delitos y en general, rodeados de funcionarios de diferentes reparticiones públicas que estarían comprometidos con actos reñidos con la moral y las buenas costumbres.
Y el problema es que no todo queda en la dimensión de las autoridades. Si muchos de nosotros nos detenemos a analizar el modo como nos comportamos en nuestro día a día, nos descubriremos aplicando medidas cuestionables por ejemplo, para no hacer fila y esperar nuestro turno; para no respetar las señales de tránsito; para apropiarnos de cosas que no nos corresponden; para pagar indebidamente a los funcionarios para que no se nos imponga sanciones que nos merecemos y muchas otros despropósitos equivalentes.
¿Qué es lo que parece hacernos tanta falta a buena parte de nuestros pobladores? Pues yo diría que hay grandes sectores de nuestra sociedad que no han logrado desarrollar a niveles adecuados, las habilidades que les permitan enfrentar con solvencia e integridad los desafíos éticos y morales que la vida contemporánea nos pone al frente. ¿De qué hablamos? De la necesidad de que todas las personas de nuestro medio sean capaces de tener en cuenta que no estamos solos en el mundo, que nuestras conductas impactan y dañan a otros, que podamos decidir basados no solamente en nuestra conveniencia inmediata si no también basándonos en criterios éticos que respeten el derecho de los demás.
¿Se trata de atributos y cualidades que deben tener solamente aquellos que nos gobiernan o aquellos quienes están llamados a ocupar puestos de alta dirección en grandes compañías?. Absolutamente no. Esto es algo que todos necesitamos, tanto para respetar el asiento de discapacitados en un vehículo de transporte público, como para evitar aparcar nuestro vehículo en zonas restringidas, así no haya un policía que nos amenace con una infracción. Estamos hablando de que nuestra gente requiere desarrollar la capacidad de entender las consecuencias de sus actos, asumirlos y ser íntegros y responsables en su interacción con sus semejantes.
Hablamos en suma, de la necesidad de desarrollar un sólido compromiso ciudadano con una sociedad mejor, que esté sustentado en la ética.
Es frecuente que cuando alguien empieza a hablar de temas de este tipo, la mente nos haga malas jugadas y nos lleve a pensar que necesitamos más formación moral, o religiosa o que deberíamos incluir cursos de ética en los programas formativos a nivel escolar. Yo tengo una opinión diferente. No necesitamos sumergirnos en las profundas aguas de la filosofía clásica, sino que podemos obtener un muy buen avance en estos temas desarrollando en las personas (en las de toda edad, pero principalmente en los jóvenes) competencias y habilidades como el reconocimiento y la empatía; la argumentación ética; la integridad y el compromiso con la transformación social.
Veamos en qué consiste cada una de ellas:
Reconocimiento y empatía
Basta con darle una rápida visita a redes sociales, sobre todo las basadas en video, para darse cuenta de un fenómeno inquietante: Son cada vez más las personas que pugnan por ser reconocidas en aspectos como su origen cultural o étnico, sus preferencias, su género o sus creencias. Es decir, luchan por lograr hacer respetar sus derechos y porque se reconozcan sus necesidades puntuales.
En contraposición con ello, parecen abundar también personas que se oponen a estas expresiones y que llegan inclusive a burlarse o hacer sorna de las expresiones en contrario a sus creencias y percepciones sobre estos temas, hasta llegar a negar que tales diferencias y necesidades realmente existan. Son personas que tienden a ver el mundo exclusivamente desde la perspectiva de sus propios ojos.
Una de las consecuencias más nefastas de llevar este no reconocimiento de la dignidad del que no es igual a nosotros, son los crímenes de odio, que desafortunadamente vemos multiplicarse a diario en nuestras sociedades.
De los requisitos para construir una convivencia pacífica que asegure una sociedad más justa, uno de los principales es precisamente el desarrollo de capacidades de reconocimiento de la igualdad en dignidad que todos los seres humanos merecemos. Junto con ello, que desarrollemos la capacidad de ver el mundo desde los ojos de las otras personas, sobre todo, de aquellas que se encuentran en situación de exclusión. Ello nos permitirá sentir el sufrimiento de los menos favorecidos, reflexionar al respecto y poder emitir juicios y actuar en consecuencia para mitigar estos problemas.
Si solo somos capaces de tener un entendimiento limitado y parcial de la realidad, entonces nos resultará muy complicado abandonar nuestras propias posiciones y poder entender el impacto perjudicial de nuestras conductas en la vida de los demás. Por eso soy de los convencidos de que el reconocimiento y la empatía son competencias y habilidades que nos hacen mejores personas en sociedad.
Argumentación ética
Con mucha frecuencia escucho y leo a personas quejándose de que hoy todos los jóvenes solo quieren ser “influencers” en las redes sociales y que si la tendencia sigue en alza, en poco tiempo no vamos a encontrar profesionales de verdad para ninguna cosa importante. Está claro que esto es una exageración, sin embargo, no deja de ser cierto un tema al cual debemos prestar más atención.
Nos ha tocado vivir lo que algunos llaman la “sociedad del espectáculo” que no es otra cosa que poner en primera plana de nuestra atención todo aquello que promueve la búsqueda instantánea del placer, la emoción o los sentidos. Es decir, buscamos “ese” video que se haga viral, “aquella” publicación que tenga muchos “me gusta” e interacciones” y queremos que eso ocurra casi como por casualidad. Como si el éxito y el reconocimiento fueran fruto del azar y no del esfuerzo sistemático.
Esta búsqueda instantánea de recompensas deteriora nuestros procesos de toma de decisiones, tanto en lo que se refiere a decisiones individuales, cuanto a lo que más convienen a nuestras colectividades. Preferimos el menor esfuerzo, el camino más corto, lo más rentable a corto plazo en lugar de concentrarnos en luchas por nuestros sueños. Y eso nos lleva a tomar decisiones inadecuadas o perjudiciales.
Por lo tanto, muchas personas jóvenes hoy enfrentan problemas para reflexionar de manera sistemática sobre cómo construir un proyecto de vida de calidad y ello los hace proclives a actuar de forma incorrecta o a vulnerar derechos o normas de diversa naturaleza. Es imprescindible cultivar en los jóvenes la capacidad de tomar decisiones y realizar juicios basados en principios éticos y poder actuar en línea con ello.
Integridad
Cada vez más escuchamos a autoridades y personas en general, hacer declaraciones sobre sus buenas intenciones, pero es cada vez menos frecuente ver manifestaciones concretas de conducta que hagan realidad esos buenos deseos. A cada vez menos personas parece preocuparle las inconsistencias entre lo que ofrecen y lo que hacen y esa falta de integridad hace que parezca normal que manejemos varios “sets” o conjuntos de valores, de los que echamos mano según las circunstancias: Somos leales y decentes con amigos y familiares, pero en el mundo real, para alcanzar nuestros objetivos y metas, no tenemos inconveniente en ocupar malas prácticas como desacatos, simulaciones y engaños.
La integridad es un elemento de suprema importancia para lograr que equipos, organizaciones y las sociedades en su conjunto marchen de la manera adecuada, encontrando coherencia entre las expresiones y las acciones concretas. Eso hace que las relaciones entre las personas sean más eficientes y transparentes y así generar mayor confianza y prosperidad.
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